martes, 18 de septiembre de 2018

DE LA ZAMACUECA PERUANA A LA CUECA CHILENA.









“Al salir yo en mi segundo viaje a la República Argentina, en mayo de 1824, no se conocía este baile. A mi vuelta en 1825, ya me encontré con esta novedad. Desde entonces, Lima nos proveía de sus innumerables y variadas zamacuecas, notables o ingeniosas por la música que inútilmente tratan de imitarse entre nosotros. La especialidad de aquella música consiste particularmente en el ritmo y colocación de los acentos, propios de ella, cuyo carácter nos es desconocido, porque no puede escribirse en las figuras comunes de la música”  Así relataba José Zapiola, músico chileno nacido en 1802, los inicios de este baile que se ha convertido con el correr del tiempo, en nuestra danza nacional, conocido simplemente como Cueca, desde aproximadamente principios del Siglo XX.
¿Cómo y dónde nació la zamacueca, baile que llegó, como dice el músico  “desde Lima”? Antiguas relaciones de viajeros extranjeros, mencionan a una danza que se bailaba  especialmente en el famoso Festival de Amancaes, lugar cercano a Lima, lugar al que  iban  en caravana desde encopetados señores a gente del pueblo. Hasta un virrey de la época colonial acostumbraba ir en su lujoso carruaje.  En el lugar se armaban ranchas, se comía y se bailaban las danzas populares esas que en la sociedad limeña de los salones no eran bien miradas. En  esa fiesta, reinaba la zamacueca como ama y señora, tal como lo deja plasmado el famoso acuarelista peruano Pancho Fierro. Generalmente los intérpretes eran un “negro” y una “negra” o zambos como también se les llamaba.
En el Callao, el puerto peruano cercano a Lima, un viajero describe la danza:

"La acción tenía por intérpretes un negro y una zamba. El hombre, desnudo hasta la cintura, parecía orgulloso de un torso donde se podía seguir el juego de los músculos a través de una piel sombría y lisa, como esos guijarros que la mar hace rodar en la ribera. La mujer llevaba un jubón con voladas enteramente abigarrado de rojo y naranja; había dejado caer el chal de lana azul que estorbaba a su pantomima, y su camisa sin mangas estaba apenas suspendida de las espaldas por el lazo mal anudado de una jareta. Llegamos al desenlace de una resbalosa; tal nos pareció al menos la danza ejecutada. Un intervalo tuvo lugar, durante el cual coristas y bailarines pidieron al licor argentado del Pisco acrecentamiento de energías e inspiraciones nuevas. A una nueva señal de la orquesta, el negro y la zamba avanzaron y colocados frente el uno al otro, tomaron los dos una actitud fieramente provocante de desafió, mientras el coro entonaba la canción siguiente:

 Tú dices que no me quieres;
¿Por qué no me quieres di? 
Yo dejo de ser querido 
¡Solo por quererte a ti! 
Ahora  zamba y  como  no.

"La mujer tenía en la mano derecha su pañuelo desplegado, al cual un impulso imprimía un movimiento de lenta rotación que parecía llamar al caballero. Este, los codos hacia afuera y las manos ceñidas a las caderas, se aproxima balanceándose con confianza; la bailarina, entonces con artimañas llenas de coquetería, comienza una serie de deslizamientos y de piruetas con la intención aparente de evitar la mirada de su compañero, que, por su lado, se agota en vanos esfuerzos por mirarla en la cara.

"Pronto, cansado de una maniobra estéril, se pone a saltar para su propia satisfacción y simula  indiferencia. La zamba va al punto de nuevo a su encuentro zapateando con una belicosidad encantadora. Después, retrocede, vuelve de nuevo y reconquista su prestigio prodigando tesoros de gracia y de flexibilidad. El negro, encadenado de nuevo a su persecución, imitaba lo mejor que podía sus caprichosas evoluciones. Ella, ora se balanceaba lentamente, como el ave que se cierne y oscila antes de abatirse, ora se inquietaba como un pez alarmado por un ruido. Sus movimientos, a veces de una regularidad perfecta, se transformaban de repente y se tornaban vivos, desiguales, incomprensibles. A medida que la acción se desarrollaba, los guitarreros rascaban sus instrumentos con más furia; el choque acompasado de los puños hacia estremecer los frascos sobre la mesa vacilante, y los asistentes, en una sola voz común, cantaban a todo pulmón:

Quisiera ser como el perro
Para amar y no sentir,
El perro como es paciente
Todo se le va en dormir;
Ahora, zamba y como no.

"La danza tomó pronto un carácter vehemente; las piruetas y los deslizamientos dejaron lugar a los gestos apasionados, a las posturas lascivas, a las expresiones cada vez más ardientes e impetuosas. Las miradas de los bailarines, clavadas la una en la otra, se devolvían sus llamaradas, sus rodillas se entrechocaban, sus caderas se estremecían como galvanizadas, enérgicas palpitaciones hacían ondular su pecho. En fin, una conmoción febril recorría el cuerpo del negro. Se diría que concentraba en suprema aspiración magnética todas las potencias de su voluntad. La zamba se resistía contra este llamado fascinador; pero sus pasos inciertos la reconducían siempre hacia aquel de quien quería huir; desgreñada, jadeante, vencida, ella acababa por caer entre los brazos del negro, que la levanta triunfante y la deposita medio pasmada sobre un sofá en medio de una explosión de bravos".

Al parecer por la descripción, la danza tenía un alto contenido erótico en toda su interpretación. Tal vez por esa razón las personas de la alta sociedad y, por supuesto la Iglesia, siempre entrometiéndose en los usos de las personas, la combatían y la despreciaban como “baile lascivo”

Esa es la danza, nacida claramente por la mezcla de  diversos elementos, especialmente por el toque africano, la que llega a Chile en 1824, como dice Zapiola, probablemente traída por las bandas de músicos que volvieron del Perú,

En Chile la zamacueca limeña se toma  los lugares de diversión de la época, las famosas “chinganas”. Como la describe el  viajero francés D’ Orbigny al conocer una de ellas en Valparaíso: “Las chinganas son casas públicas, una especie de espectáculo, donde se beben refrescos mientras se ve bailar la cachucha, el zapateo, etc. al son de la guitarra y de la voz; es un lugar de cita para todas las clases sociales, donde se incuban innumerables intrigas, pero donde el europeo se encuentra más frecuentemente fuera de lugar.””

Otra descripción de la chingana hecha por un chileno que la observó en Renca, menciona que  en un patio  había un tabladillo donde se interpretaba la música con arpa y guitarra, y las parejas  bailaban según el que relata ,la” misma cosa” toda la noche, ya que la zamacueca y otros nombres extraños le parecían una música  similar.

Por el año 1844, un marino inglés describe las características de la zamacueca:  El acompañamiento con arpa y guitarra ;el ritmo que se lleva golpeando las manos o tamboreando  en las cajas de la guitarra; la forma de tocar la guitarra y el tono agudísimo que ocupan las cantantes.

Unas hermanas provenientes del pueblo de Petorca, que se dice eran “mulatas”, de  nombre Tránsito, Tadea y Carmen  Pinilla, vinieron a revolucionar  el arte de bailar la zamacueca. Todos los cronistas reconocen que ellas le dieron categoría y elegancia a la danza. Habían sido discípulas de otra mulata, una limeña, apodada “La Monona”, y debutaron en la chingana El Parral de Gómez y en el Café de la Baranda. Fueron tan famosas y su arte tan apreciado que llegaron a subir a los elegantes escenarios del Teatro de Santiago, en la interpretación del Barbero de Sevilla. Su fama se extendió por diversas ciudades. Hasta el conocido  refugiado argentino Domingo Faustino Sarmiento, que fuera más tarde Presidente de su país hizo un elogioso comentario de su arte.

La zamacueca chilena se siguió bailando con altos y bajos durante todo el Siglo XIX, ya a comienzos del  XX  se tienen registros  fotográficos y  de cine que la muestran en las Fiestas Patrias, como el centenario de 1910, y  en Valparaíso en el Parque de Playa Ancha.

La zamacueca, ya convertida en cueca, a lo largo del siglo XIX emigra a Argentina, especialmente al noroeste, donde se la conoce como cueca cuyana, o chilena salteña, a Bolivia donde se expande por diversas regiones, como Cochabamba y Tarija, y regresa al Perú, esta vez con el nombre de “Chilena”. A raíz de los sucesos de la Guerra del Pacífico, un periodista peruano, Abel Gamarra, transforma su nombre a “Marinera” y con ese nombre se conoce hasta el día de hoy. Incluso nuestra danza va más allá, a lejanas tierras mejicanas, donde es llevada, según algunos, por marineros chilenos y allá en la Costa Chica, Estado de Guerrero y Oaxaca la bailan con ese nombre :“La Chilena”, una mezcla de la cueca con los ritmos locales del país.

Decae la Cueca en el Siglo XX con  la modernidad y la llegada de los bailes extranjeros de la época, especialmente los norteamericanos y los caribeños bajo la influencia de las grandes orquestas y del cine sonoro. Queda relegada a los “bajos fondos”, a las fiestas campesinas, y lugares de diversión donde no va la reciente aparecida clase media que quiere identificarse con lo extranjero y desprecia  como ordinaria a la Cueca.

En la década de los 40  algunas personas comienzan a revivir esta danza, junto con las tonadas y canciones. Son conjuntos que proceden de la clase alta acomodada y se identifican con el patrón de fundo, y de él toman  su atuendo, el pantalón rayado, la manta, el sombrero de ala ancha, las corraleras y las espuelas. Con esa indumentaria empiezan a presentarse en escenarios y a grabar los primeros discos hoy llamados vinilos .De ese tiempo, son los Provincianos, los Cuatro Huasos, y posteriormente los Famosos  Huasos Quincheros que perduran hasta hoy. Pero también emergen una variedad de conjuntos que marcan su presencia en la época: Silvia Infantas y los Baqueanos, los Hermanos Campos, el dúo Rey Silva, Los cuatro hermanos Silva, todos ellos retratan  un estereotipo ,el del patrón del fundo , el rodeo y la “china” que es la campesina, que usa vestido de percal floreado. Hasta mediados de los 70 ese tipo de conjuntos  que representaban al baile nacional, comienzan a perder popularidad ;sin embargo, comienza una nueva época, en que se resalta más bien a la cueca urbana, llamada “cueca chora” o “cueca porteña”, alejándose del estereotipo campesino, que por otra parte  no guarda mucha relación en su indumentaria, ni en sus intérpretes, con  los orígenes de la danza, ya que al observar  los antiguos retratos, se puede ver que el traje del campesino o huaso, era absolutamente diferente. Tampoco los músicos eran varones, la interpretación  estaba reservada a las mujeres, las “cantoras” que acompañadas de guitarra, arpa, vihuela y tormento daban vida y alma al baile nacional.

Para finalizar hay que repetir lo que expresa Osvaldo Cádiz, viudo de la maestra Margot Loyola:


“”La Cueca nos identifica a todos como chilenos, pero hay tantas Cuecas chilenas como chilenos existen. Lo que pasa es que hemos tratado de esquematizar la Cueca. Cada región y cada comunidad, manteniendo los parámetros implementados por la tradición, va a ejecutar la danza de una manera distinta. No puede estar normada tantos pasos para acá o tantos pasos para allá, arriba el pañuelo o abajo el pañuelo, en esa parte viene el escobillado o en esa parte no. La Cueca es danza de expresión de libertad.
Estuve hace poco conversando con unos amigos allá en el norte sobre el Cachimbo y la Cueca, les decía que estas dos danzas son como pájaros libres, tenemos que dejarlos volar. Si nosotros las enjaulamos, se nos van a morir.””