“Al salir yo en mi
segundo viaje a la República Argentina, en mayo de 1824, no se conocía este
baile. A mi vuelta en 1825, ya me encontré con esta novedad. Desde entonces,
Lima nos proveía de sus innumerables y variadas zamacuecas, notables o
ingeniosas por la música que inútilmente tratan de imitarse entre nosotros. La
especialidad de aquella música consiste particularmente en el ritmo y
colocación de los acentos, propios de ella, cuyo carácter nos es desconocido,
porque no puede escribirse en las figuras comunes de la música” Así relataba José Zapiola, músico chileno
nacido en 1802, los inicios de este baile que se ha convertido con el correr
del tiempo, en nuestra danza nacional, conocido simplemente como Cueca, desde
aproximadamente principios del Siglo XX.
¿Cómo y dónde nació
la zamacueca, baile que llegó, como dice el músico “desde Lima”? Antiguas relaciones de viajeros
extranjeros, mencionan a una danza que se bailaba especialmente en el famoso Festival de Amancaes,
lugar cercano a Lima, lugar al que iban en caravana desde encopetados señores a gente
del pueblo. Hasta un virrey de la época colonial acostumbraba ir en su lujoso
carruaje. En el lugar se armaban
ranchas, se comía y se bailaban las danzas populares esas que en la sociedad
limeña de los salones no eran bien miradas. En
esa fiesta, reinaba la zamacueca como ama y señora, tal como lo deja
plasmado el famoso acuarelista peruano Pancho Fierro. Generalmente los
intérpretes eran un “negro” y una “negra” o zambos como también se les llamaba.
En el Callao, el
puerto peruano cercano a Lima, un viajero describe la danza:
"La
acción tenía por intérpretes un negro y una zamba. El hombre, desnudo hasta la
cintura, parecía orgulloso de un torso donde se podía seguir el juego de los
músculos a través de una piel sombría y lisa, como esos guijarros que la mar
hace rodar en la ribera. La mujer llevaba un jubón con voladas enteramente
abigarrado de rojo y naranja; había dejado caer el chal de lana azul que
estorbaba a su pantomima, y su camisa sin mangas estaba apenas suspendida de
las espaldas por el lazo mal anudado de una jareta. Llegamos al desenlace de
una resbalosa; tal nos pareció al menos la danza ejecutada. Un intervalo tuvo
lugar, durante el cual coristas y bailarines pidieron al licor argentado del
Pisco acrecentamiento de energías e inspiraciones nuevas. A una nueva señal de
la orquesta, el negro y la zamba avanzaron y colocados frente el uno al otro,
tomaron los dos una actitud fieramente provocante de desafió, mientras el coro
entonaba la canción siguiente:
Tú
dices que no me quieres;
¿Por qué
no me quieres di?
Yo dejo
de ser querido
¡Solo por
quererte a ti!
Ahora
zamba y como no.
"La
mujer tenía en la mano derecha su pañuelo desplegado, al cual un impulso
imprimía un movimiento de lenta rotación que parecía llamar al caballero. Este,
los codos hacia afuera y las manos ceñidas a las caderas, se aproxima
balanceándose con confianza; la bailarina, entonces con artimañas llenas de
coquetería, comienza una serie de deslizamientos y de piruetas con la intención
aparente de evitar la mirada de su compañero, que, por su lado, se agota en
vanos esfuerzos por mirarla en la cara.
"Pronto,
cansado de una maniobra estéril, se pone a saltar para su propia satisfacción y
simula indiferencia. La zamba va al
punto de nuevo a su encuentro zapateando con una belicosidad encantadora.
Después, retrocede, vuelve de nuevo y reconquista su prestigio prodigando
tesoros de gracia y de flexibilidad. El negro, encadenado de nuevo a su
persecución, imitaba lo mejor que podía sus caprichosas evoluciones. Ella, ora
se balanceaba lentamente, como el ave que se cierne y oscila antes de abatirse,
ora se inquietaba como un pez alarmado por un ruido. Sus movimientos, a veces
de una regularidad perfecta, se transformaban de repente y se tornaban vivos,
desiguales, incomprensibles. A medida que la acción se desarrollaba, los
guitarreros rascaban sus instrumentos con más furia; el choque acompasado de
los puños hacia estremecer los frascos sobre la mesa vacilante, y los asistentes,
en una sola voz común, cantaban a todo pulmón:
Quisiera
ser como el perro
Para amar
y no sentir,
El perro
como es paciente
Todo se
le va en dormir;
Ahora,
zamba y como no.
"La danza tomó pronto un carácter vehemente; las piruetas y los
deslizamientos dejaron lugar a los gestos apasionados, a las posturas lascivas,
a las expresiones cada vez más ardientes e impetuosas. Las miradas de los
bailarines, clavadas la una en la otra, se devolvían sus llamaradas, sus
rodillas se entrechocaban, sus caderas se estremecían como galvanizadas,
enérgicas palpitaciones hacían ondular su pecho. En fin, una conmoción febril
recorría el cuerpo del negro. Se diría que concentraba en suprema aspiración
magnética todas las potencias de su voluntad. La zamba se resistía contra este
llamado fascinador; pero sus pasos inciertos la reconducían siempre hacia aquel
de quien quería huir; desgreñada, jadeante, vencida, ella acababa por caer
entre los brazos del negro, que la levanta triunfante y la deposita medio
pasmada sobre un sofá en medio de una explosión de bravos".
Al parecer por la descripción, la danza tenía un alto contenido erótico
en toda su interpretación. Tal vez por esa razón las personas de la alta
sociedad y, por supuesto la Iglesia, siempre entrometiéndose en los usos de las
personas, la combatían y la despreciaban como “baile lascivo”
Esa es la danza, nacida claramente por la mezcla de diversos elementos, especialmente por el
toque africano, la que llega a Chile en 1824, como dice Zapiola, probablemente
traída por las bandas de músicos que volvieron del Perú,
En Chile la zamacueca limeña se toma
los lugares de diversión de la época, las famosas “chinganas”. Como la
describe el viajero francés D’ Orbigny
al conocer una de ellas en Valparaíso: “Las chinganas son casas públicas, una
especie de espectáculo, donde se beben refrescos mientras se ve bailar la
cachucha, el zapateo, etc. al son de la guitarra y de la voz; es un lugar de
cita para todas las clases sociales, donde se incuban innumerables intrigas,
pero donde el europeo se encuentra más frecuentemente fuera de lugar.””
Otra descripción de la chingana hecha por un chileno que la observó en
Renca, menciona que en un patio había un tabladillo donde se interpretaba la
música con arpa y guitarra, y las parejas
bailaban según el que relata ,la” misma cosa” toda la noche, ya que la zamacueca
y otros nombres extraños le parecían una música
similar.
Por el año 1844, un marino inglés describe las características de la
zamacueca: El acompañamiento con arpa y
guitarra ;el ritmo que se lleva golpeando las manos o tamboreando en las cajas de la guitarra; la forma de
tocar la guitarra y el tono agudísimo que ocupan las cantantes.
Unas hermanas provenientes del pueblo de Petorca, que se dice eran
“mulatas”, de nombre Tránsito, Tadea y
Carmen Pinilla, vinieron a revolucionar el arte de bailar la zamacueca. Todos los
cronistas reconocen que ellas le dieron categoría y elegancia a la danza. Habían
sido discípulas de otra mulata, una limeña, apodada “La Monona”, y debutaron en
la chingana El Parral de Gómez y en el Café de la Baranda. Fueron tan famosas y
su arte tan apreciado que llegaron a subir a los elegantes escenarios del
Teatro de Santiago, en la interpretación del Barbero de Sevilla. Su fama se
extendió por diversas ciudades. Hasta el conocido refugiado argentino Domingo Faustino
Sarmiento, que fuera más tarde Presidente de su país hizo un elogioso
comentario de su arte.
La zamacueca chilena se siguió bailando con altos y bajos durante todo
el Siglo XIX, ya a comienzos del XX se tienen registros fotográficos y de cine que la muestran en las Fiestas
Patrias, como el centenario de 1910, y en Valparaíso en el Parque de Playa Ancha.
La zamacueca, ya convertida en cueca, a lo largo del siglo XIX emigra a
Argentina, especialmente al noroeste, donde se la conoce como cueca cuyana, o
chilena salteña, a Bolivia donde se expande por diversas regiones, como
Cochabamba y Tarija, y regresa al Perú, esta vez con el nombre de “Chilena”. A
raíz de los sucesos de la Guerra del Pacífico, un periodista peruano, Abel
Gamarra, transforma su nombre a “Marinera” y con ese nombre se conoce hasta el
día de hoy. Incluso nuestra danza va más allá, a lejanas tierras mejicanas, donde
es llevada, según algunos, por marineros chilenos y allá en la Costa Chica,
Estado de Guerrero y Oaxaca la bailan con ese nombre :“La Chilena”, una mezcla
de la cueca con los ritmos locales del país.
Decae la Cueca en el Siglo XX con
la modernidad y la llegada de los bailes extranjeros de la época,
especialmente los norteamericanos y los caribeños bajo la influencia de las
grandes orquestas y del cine sonoro. Queda relegada a los “bajos fondos”, a las
fiestas campesinas, y lugares de diversión donde no va la reciente aparecida
clase media que quiere identificarse con lo extranjero y desprecia como ordinaria a la Cueca.
En la década de los 40 algunas
personas comienzan a revivir esta danza, junto con las tonadas y canciones. Son
conjuntos que proceden de la clase alta acomodada y se identifican con el
patrón de fundo, y de él toman su
atuendo, el pantalón rayado, la manta, el sombrero de ala ancha, las corraleras
y las espuelas. Con esa indumentaria empiezan a presentarse en escenarios y a
grabar los primeros discos hoy llamados vinilos .De ese tiempo, son los Provincianos,
los Cuatro Huasos, y posteriormente los Famosos
Huasos Quincheros que perduran hasta hoy. Pero también emergen una
variedad de conjuntos que marcan su presencia en la época: Silvia Infantas y
los Baqueanos, los Hermanos Campos, el dúo Rey Silva, Los cuatro hermanos
Silva, todos ellos retratan un
estereotipo ,el del patrón del fundo , el rodeo y la “china” que es la
campesina, que usa vestido de percal floreado. Hasta mediados de los 70 ese
tipo de conjuntos que representaban al
baile nacional, comienzan a perder popularidad ;sin embargo, comienza una nueva
época, en que se resalta más bien a la cueca urbana, llamada “cueca chora” o
“cueca porteña”, alejándose del estereotipo campesino, que por otra parte no guarda mucha relación en su indumentaria,
ni en sus intérpretes, con los orígenes
de la danza, ya que al observar los
antiguos retratos, se puede ver que el traje del campesino o huaso, era
absolutamente diferente. Tampoco los músicos eran varones, la
interpretación estaba reservada a las
mujeres, las “cantoras” que acompañadas de guitarra, arpa, vihuela y tormento
daban vida y alma al baile nacional.
Para finalizar hay que repetir lo que expresa Osvaldo Cádiz, viudo de la
maestra Margot Loyola:
“”La Cueca nos identifica
a todos como chilenos, pero hay tantas Cuecas chilenas
como chilenos existen. Lo que pasa es que hemos tratado de esquematizar
la Cueca.
Cada región y cada comunidad, manteniendo los parámetros implementados por la
tradición, va a ejecutar la danza de una manera distinta. No puede estar
normada tantos pasos para acá o tantos pasos para allá, arriba el pañuelo o
abajo el pañuelo, en esa parte viene el escobillado o en esa parte no. La Cueca es danza de
expresión de libertad.
Estuve hace poco
conversando con unos amigos allá en el norte sobre el Cachimbo y la Cueca, les decía que estas
dos danzas son como pájaros libres, tenemos que dejarlos volar. Si nosotros las
enjaulamos, se nos van a morir.””
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